viernes, 16 de enero de 2009

Querida Sonia


Querida Sonia:

Antes de nada, quiero disculparme. Primero, por mi cobardía, por publicar esto, aún en un lugar público, con una fecha falsa (elegida por su simbolismo, pero aprovechando que hace seis años de ella para saber que muy poca gente llegará a verlo, pues nunca estará en la página principal del blog). En segundo lugar quiero disculparme por mi atrevimiento, por escribirte una vez más (¿cuántas van ya?). Sé que esta vez es harto improbable que llegues a leerlo, pero aún hoy, más de diez años después de la última vez que hablamos cara a cara, y un par de años después de la última vez que tuve el privilegio de estar cerca tuya, tengo cosas que decirte.

Mi mayor problema es que, pese a todo lo que querría decirte, sé que no debo acercarme a ti. La última vez que intenté ponerme en contacto fue a través de Facebook, de un mensaje que no sé si llegaste a leer alguna vez, y de una petición de amistad que jamás fue contestada (supongo que eso fue un rechazo, lo cual no me sorprende lo más mínimo). Podría intentar llamarte, o escribirte de nuevo al Facebook. Podría intentar ponerme en contacto con Lorena, o con Charo, para intentar contactar contigo. Pero soy consciente de que en el pasado ya tuve comportamientos que me hubieran hecho ganar el apelativo de "acosador" sin demasiado problema, y no quiero volver a caer en malos hábitos. Soy plenamente consciente de todos mis errores a ese respecto, y créeme que nada más lejos de mi intención está el hacerte pasar un mal rato. Por eso, aun sabiendo que las posibilidades de que esto te llegue son realmente escasas, al menos quedo tranquilo sabiendo que no he invadido tu intimidad ni te he hecho sentir acosada en lo más mínimo. Pero sí me gustaría dejar claro que si no voy corriendo a buscarte ahora mismo no es porque no quiera verte, sino porque no quiero asustarte una vez más. Por eso, y porque soy consciente de que el tiempo que ha pasado nos ha separado aún más (y para mi desgracia, nunca fuimos íntimos). No sé si ahora tienes pareja, o incluso si ya eres madre (si la respuesta a cualquiera de las dos es afirmativa, enhorabuena), y esa es otra muy buena razón por la que sé que no debo salir ahora mismo por la puerta, agitando los bracitos, gritando a los cuatro vientos que te quiero.

Te preguntarás que por qué hoy. ¿Por qué ahora, que has vivido tantos años de tranquilidad sin saber de mi, vuelves a tener que soportar mi prosa? La verdad es que este pasado sábado soñé contigo. No es la primera vez que sueño contigo, pero sí que es verdad que hacía bastante que no tenía un sueño tan vívido, que me dejaba unas secuelas tan importantes después, y tras darle muchas vueltas, he decidido que había unas cuántas cosas que necesitaba soltar. Entre ellas, la más importante: después de 33 años de vida, puedo reconocer que he estado enamorado.

He amado, y durante un tiempo me sentí amado. He querido a un ser humano, ajeno a mi familia, de una forma que escapa a la mera amistad, compartiendo una complicidad, una familiaridad, que sólo aquellos que la hayan sentido podrán comprender. Y ahora sé, después de tanto tiempo, después de todo, que lo que sentía por ti SÍ era amor. y en este tiempo, aunque he podido dividir mi corazón entre otras personas y tú, nunca he dejado de sentirlo. Te quiero Sonia. Te amo. Nunca dejé de hacerlo desde marzo de 1997. Sinceramente, a estas alturas, no creo que pueda dejar de hacerlo jamás.

- En este punto me planteo la posibilidad de añadir tus apellidos a mi declaración, por si te da por buscarte en Google, encuentres esta carta y puedas leerla. Decido que sería un ataque a tu intimidad, razón por la cual no lo hago, aun sabiendo que puedo estar dilapidando la última posibilidad que tendré jamás de hacerte llegar mis sentimientos. Tu bienestar pesa más. -

Todos los días, sin excepción, mi mente vuela libre, y divaga. ¿Dónde estarás? ¿Qué estarás haciendo? ¿Me dedicarás, alguna vez, algún pensamiento amable? En estos años me han llegado comentarios sobre tu profesión, dónde estabas, de parte de algún conocido común que pensaba que me estaba haciendo un favor poniéndome al corriente de tu presente. Supongo que mucha gente me conocía mejor que yo mismo, sabiendo que antes o después acabaría reconociendo en voz alta lo que en ciertos momentos he intentado ocultar: que por muchas personas que conociera, por muchas mujeres que hubiera en mi vida, lo máximo a lo que podrá aspirar ninguna es a ocupar el segundo lugar más grande en mi corazón. El mayor, el trono dorado, te pertenece sólo a ti, aún cuando nunca has querido ocupar dicho trono. Eres la reina de mi corazón, pese a que nunca hayas querido ese puesto (y te confieso que, durante largas temporadas, yo tampoco quería que fuera tuyo).

No elegimos de quién nos enamoramos, ni quién se enamora de nosotros. Nunca me molestó que tú no me correspondieras, pues sé que hay ciertas cosas que no han de ser forzadas. ¿Me molestaba que nunca me hubieras dado una oportunidad? Sí, por supuesto. Pero también comprendo que tendrías tus razones, y no voy a discutírtelas. Además, si buenas eran esas razones, mejores serán ahora, que hace años que no hablamos. Si no tenía oportunidad alguna cuando nos sentábamos tan cerca en el instituto, ¿cómo espero tenerla ahora, cuando soy mucho menos de lo que era entonces, cuando hace años que no cruzamos una palabra, cuando somos dos desconocidos?

Y pese todo, aquí estoy. Con 33 años, como si volviera a tener 17, y declarándome por escrito. Otra vez. Además de mayor, me hago predecible.

Ahora que hablo de los 17... ¿Recuerdas esa carta, escrita durante un trayecto en autocar en unas pequeñas hojas cuadriculadas, y entregada por debajo de la puerta? Yo no pienso tanto en ella (¿la habrás guardado? ¿te deshiciste de ella aquella misma noche?) como en lo que pasó después (y en lo que no pasó). Pero creo que, a grandes rasgos, cualquier cosas que te escriba hoy ya quedó dicho en aquella carta. Realmente, lo único que quiero decirte hoy es que 16 años después, suscribo lo que redacté entonces. El resto de lo que estás leyendo es sólo paja.

Decía al principio que había escogido la fecha en la que iba a quedar registrada esta carta por su simbolismo. Es el día en el que cumpliste 27 años. Casi un año antes, por mi vigésimo sexto cumpleaños, publiqué una pequeña cita, redactada de memoria, en la que comentaba unas frases que mi amigo Dani me dedicó en mi décimo sexto cumpleaños, acerca de ti. El día que cumpliste los 27 supe que esas palabras, que durante mucho tiempo habían sido un faro de esperanza, no se cumplirían (además, por esas fechas yo tenía pareja, y no estaba seguro tampoco de si quería que se cumplieran). Una de las muchas cosas sobre mi que desconoces es que le doy mucha importancia a fechas y gestos. Tu cumpleaños, el día que me di cuenta que igual sí que lo nuestro no acabaría sucediendo. Un día triste. El día ideal para decirte que te quiero por última vez.

- Paro un rato a leer y hacer pequeñas correcciones. Suspiro. Ambos sabemos que esta no es la última vez que te digo que te quiero. Ya sea por escrito, en persona, o hablándole al aire para que el viento se lleve mis palabras. Desde el día que conseguí el valor para declararme en el descanso del recreo, ninguno de los dos hemos podido evitar que esto sucediera de forma más o menos frecuente. Puede que esta vez sea la última vez que lo leas, si es que acaso llegaras a hacerlo, pero no será la última vez que te lo diga.-

Pienso en ti, y mis recuerdos son como las piezas de un puzzle. Llegan a borbotones, desordenadas. Antes hablaba de Atenas, y ahora recuerdo otro autocar, volviendo de Almagro. Recuerdo mirarte, a lo lejos, como siempre (pese a lo cerca que nos sentábamos en clase, tú siempre estabas lejos), y recuerdo saber que el día siguiente iba a decírtelo. Era un secreto a voces. Lo sabían todos. Lo sabías tú. No había nadie que no me conociera que no supiera lo que sentía por ti, pero aún quedaba armarme de valor y decírtelo. "No sé si lo sabes, pero me gustas". Torpe, estúpido. No sé que te pasaría por la cabeza entonces, yo muero de vergüenza un poco cada vez que lo recuerdo. Y aún así, sonrío. Tarde, mal, pero hice lo que debía hacer. Supongo que desde entonces intento compensar, intento asegurarme, cada cierto tiempo, que no olvides que, hey, me gustas. Me gustan tus ojazos azules, tu mentón, tus mejillas, tu nariz, tu sonrisa. Me gusta que seas seria, y divertida. Me vuelve loco lo inteligente que eres. Me apasiona la persona valiente y sincera que se atrevió a llamarme gilipollas. Gilipollas.

Piezas del puzzle. Dos años antes, soy un gilipollas, uno integral. Cualquiera intentaría justificarse diciendo que era un niño, que era una etapa. Los dos sabemos que no. Sobre todo tú, que me lo llamaste a la cara. ¿Qué hubiera pasado si no lo hubieras hecho? Se me hubiera pasado igualmente (aún cuando me lo dijiste, tardé en enmendarme, lo recuerdo), pero igual no hubiera sentido ese obús atravesándome el corazón. Ese fue el día que dejé de pensar que los flechazos eran cosa de películas. También desde ese día entendí Forrest Gump. Todo está relacionado.

No somos conscientes de lo que puede influir una pequeña acción, a lo largo del tiempo, de las personas, y de nosotros mismos. ¿Verdad?

Ahora soy un friki. Bueno, si lo recuerdas, siempre lo fui, solo que cuando nos conocimos esa palabra no existía, así que sólo era el rarito que leía tebeos y veía películas de Dragon Ball. Pero ahora soy un friki, etiquetado como tal. Y los frikis nos hacemos preguntas frikis. Te voy a hacer una que a mi me apasiona: Si pudieras cambiar algo de tu pasado, algo pequeño, un detalle, un gesto, ¿qué sería?

Yo lo tengo claro, lo he tenido mucho tiempo. Noche del 15 al 16 de junio de 1999, mi habitación del hotel en Atenas. Viniste a hablar conmigo, y yo no paré de balbucear y comportarme como un flan en la falla de San Andrés. Pero hubo un momento en que nos acercamos. Yo lo llamo EL MOMENTO MÁS IMPORTANTE DE MI VIDA. Porque no pasó nada, mientras hablábamos alguien entró en la habitación y tú te fuiste, pero podría haber pasado algo. Podría haber pasado cualquier cosa. Y si pudiera cambiar algo de mi vida, una cosa, y sólo una, sería ese momento. Me quitaría la duda de qué hubiera podido pasar, y te hubiera besado. Porque pese a lo mucho que te quiero, que te he querido, y estoy seguro, te querré, siempre me quedará la espinita de saber qué hubiera pasado si hubiera podido demostrártelo, al menos esa vez.

- Vuelvo a parar, y lo leo todo de nuevo. Durante un segundo tengo la tentación de borrarlo todo y dejarlo estar. No vas a leer esto, así que ¿qué mas da? Lo tengo todo en contra. No vas a leerlo. Aun si lo leyeras, no cambiaría nada entre nosotros. Aun si cambiara, no sería para bien... Y aún así, me agarro a ese clavo ardiendo... "¿Y sí?". ¿Y si sí lo lees? ¿Y si tienes mejor opinión de mi de la que yo creo merecer? ¿Y si decides darme una oportunidad, al menos para charlar? Aunque las posibilidades son remotas, debo intentarlo. Esto se queda. - 

Podría tirarme el resto de la noche escribiendo, soltando pequeños recuerdos (compartiendo un autobús y una cola en la estación de tren, cuando te vi bajando como un ángel por las escaleras del Oliver's, compartiendo taller en Tecnología en tercero...) pero sé que con eso no conseguiría más que ponerme melancólico. Hay una palabra en portugués, SAUDADE, se utiliza para describir una melancolía que se siente por algo que nunca llegó a suceder, como lo que nunca pasó entre nosotros. Y ahora me toca ponerme de nuevo en plan gilipollas, una vez más, y decir... porque tú nunca quisiste que pasara.

Echo de menos todos los momentos que no vivimos juntos, las sonrisas que nunca me dedicaste cuando mirabas y veías que yo apartaba la mirada, colorado como un tomate. Echo de menos no haberte podido demostrar durante este tiempo lo mucho que te quiero. Los buenos momentos que hubiéramos pasado juntos. Y los malos, que también los hubiera habido. Echo de menos no haber podido hacerte tan feliz como sé que hubiera podido serlo yo a tu lado. Y sobre todo echo de menos sentir la esperanza de que tal vez, en el futuro, acabaríamos estando juntos. Porque sé que mientras acabo esta carta estoy reconociendo que lo nuestro, que nunca fue, nunca será. Y aún así, una vez más, lo intento.

Sonia, me gustas. Te quiero. ¿Lo intenamos?

No hay comentarios: