lunes, 29 de enero de 2018

La belleza se encuentra en los lugares más insospechados

Recuerdo, hace mucho tiempo, un cuento de Aladdin. No, no era "Las Mil y Una Noches", o el extracto de "Aladino y la Lámpara Mágica", sino una adaptación a papel de la película de Disney. Ya sabéis, aquella inolvidable con Josema Yuste poniendo la voz al genio.

El caso es que mi hermana tenía aquel cuento, y a mí lo que más me llamaba la atención era cómo ciertas expresiones estaban traducidas de forma diferente a cómo lo estaban en la película. Por ejemplo, para referirse a Aladdin al principio de la película lo llamaban "un diamante en bruto", expresión que yo no entendía (porque me lo imaginaba en plan tío Venancio, con la boina y el garrote, y no se parecía en nada a como salía en la película), mientras que en el cuento lo traducían como "un diamante en el barro", expresión que me gustaba más porque me parecía que se entendía mejor: algo bonito, extraído de un entorno inesperado, poco glamuroso, sucio.

Y así llegamos al punto de este post. Todos recordamos Crepúsculo. Las arcadas que nos producía Pavisosa al tener arcadas, la repulsión que sentimos al ver brillando al Gusiluz, la alergia producida por en Niño-Husky depilado. Tras ver Crepúsculo en el cine, yo tuve la necesidad moral de verme una maratón de todas las pelis de Drácula de la Hammer, y aún así me siento sucio (haberla visto tres veces más, y sin hablar de las secuelas, tampoco ha ayudado, la verdad).

Pero incluso de ese subproducto puede surgir la belleza. Y como si de un videojuego de Sonic cualquiera se tratase, cuanto más vomitivo es la película, más hermosa es la canción que genera.


Para entender cómo he encontrado esta canción tendría que hablar de cantantes murcianas, programas de telerrealidad en casa de Vity, y un musical de Ranma. Y sinceramente, no es el momento.

Disfrutad de la canción, y de la persona a la que se le cantaríais.

Vosotros dos, ésta os la dedico a ambos.