Justo cuando creía que ya no podía volver a sentir nada...
Hoy he ido al cine, sesión de las 17:00. No voy a decir a ver qué película, ¿hace falta?
Éramos siete en la sala, contándonos a mi hermana y a mi. Aparte, dos parejas sueltas (o dos chicas acompañadas cada una de un chico), y otro chico sin acompañante. Poca gente me ha parecido a mi, igual era mala hora.
Se han apagado las luces, y han empezado los tráilers. Primero, Cómo Entrenar a tu Dragón 2, secuela de la película con la que mejor he visto las 3D en un cine. También una película que emocionalmente se me hace muy dura de recordar. Hay heridas que cuesta cerrar. Después, un nuevo plagio de los Rabbids, antes de que los famosos Minions consigan peli propia (cada vez queda menos, pero esto demuestra que Ubisoft llega tarde). Y por último, el nuevo reboot de las Tortugas Ninja. Habrá que ver la película antes de opinar, pero de primeras las Tortugas me parecen excesivamente grandes (más altas que April, para empezar), y feas (esa nariz).
Y entonces ha aparecido el logo de Selecta Visión, seguido de Alfa Pictures, el de la 20th Century Fox y el de la Toei. Y se ha hecho magia.
Ahí estaba él. En una pantalla de cine, ENORME. Entrenando, con su inconfundible pelo negro, con la voz con la que le escucho claramente cada vez que recuerdo aquella serie que me tenía pegado a la tele hace tantos años. La promesa de un nuevo rival, un nuevo reto, una nueva aventura. Un fundido y en todo lo larga que era la pantalla se podía leer DRAGON BALL Z, mientras sonaban de fondo los inconfundibles acordes del CHA-LA HEAD-CHA-LA, esa canción que todos siempre recordaremos como "Luz, Fuego, Destrucción", y la inolvidable voz del narrador de casi quinientos capítulos, que nos ha recordado que estábamos ahí para ver La Batalla de los Dioses. Como si hiciera falta.
Y he llorado.
No como una magdalena, no con un llanto incontenible. Unas pocas lágrimas se han derramado sobre mis mejillas, sólo eso.
Pero he llorado.
A muchos os puede parecer una tontería, seguro. Pero la sensación de poder, por fin, ver Dragon Ball en el cine me ha llenado de una alegría tal que ha acabado por escapárseme de los ojos. Porque aún con todo lo malo que ha pasado, hoy he podido vivir un sueño de la infancia. He podido ver un pedacito de la serie que tanto, y tan profundamente me marcó, de una forma que es muy complicado que vuelva a repetirse (bueno, tengo entradas para verla el sábado de nuevo, pero ya sabéis a qué me refiero).
La vida está cosa de cosas malas. De gente que nos lo va a poner muy difícil, a propósito o no. Es cosa nuestra poder tomar los pequeños buenos momentos que vayan surgiendo, y hacerlos suficientemente importantes como para que nos den fuerzas y ánimos hasta llegar al siguiente. Pequeños vasos de agua en el desierto, capaces de aplacar nuestra sed hasta encontrar el siguiente.
Y esto ha sido esta película para mi. Un recordatorio de lo bueno que hay, un abrazo de un viejo amigo, un aporte de fuerzas para no flaquear.
Hay películas malas, y hay películas buenas. Y luego está Dragon Ball Z: La Batalla de Los Dioses, la película que llevaba 20 años deseando ver. Y que necesitaba ver.
Gracias a todos los que han hecho posible que la haya visto. Hoy he llorado en el cine, pero ha sido de alegría. ¿Existe razón mejor para ir al cine?
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